Por una mentada de madre

Este pequeño cuento lo escribí hace muchos años, y se publicó por primera vez en Linkedin, en abril del 2016, siendo del gusto del público. Espero que también sea de su agrado.


Por una mentada de madre

 Alain Salomón Sánchez Téllez


Muchos buenos negocios se pierden por causas a veces justificadas, a veces injustificadas. Pero perder el negocio de la vida, una oportunidad que nunca se presentará de nuevo, por una   mentada de madre, es imperdonable.

 

20 minutos.

Roberto Gómez estaba como león enjaulado. Llevaba 20 minutos sin avanzar ni un milímetro. Estaba en medio de uno de esos embotellamientos de antología en el día menos adecuado.

A pesar de que el indicador de temperatura del coche marcaba sólo 12'C, Roberto sudaba. La prisa por salir de ahí y llegar a su cita hacía que la corbata lo ahorcara, que su úlcera se recrudeciera y que la boca le supiera a moneda de cobre.

Por fin el coche de enfrente empezó a moverse. Unos centímetros y luego se detuvo otra vez. Atrás, el conductor de un camión hizo sonar la corneta del vehículo.

Maldita suerte -pensó.

Y es que, en la Ciudad de México, cualquier cosa podía provocar un embotellamiento.

 

40 minutos.

Estaba a punto de pasar la vía del tren, cuando de repente el coche de enfrente se frenó, a pesar de que todavía no bajaban las plumas. Roberto quiso acelerar para ganarle al tren, pero un par de coches que venían en sentido contrario aceleraron justo para impedirle el paso, por lo que tuvo que pisar el freno contra toda su voluntad y con todas sus ganas. La adrenalina de Roberto cegó toda su   prudencia y estalló, bajándose del coche a reclamar lo irreclamable:

- ¿Por qué se detuvo?

- Porque viene el tren, señor, y estaba la luz roja - el señor del coche de enfrente, bien vestido y con calma, bajó un par de centímetros el vidrio de su auto plateado, apenas lo suficiente para responderle al impertinente

- ¡Pero sí pasaba, carajo!

- Pues pásese usted, si tanta prisa tiene

- Pendejo cegatón, aprenda a manejar, salga de su casa cuando no estorbe.

- Está usted loco, váyase de aquí -el hombre del traje ni siquiera volteó a ver a Roberto; había conocido a muchos broncudos como ese y no pensaba darle importancia, y su frase la acompañó con   un ademán de desprecio

- ¿Loco? -Roberto perdió todos los estribos y manoteó en el vidrio del coche - Chinga a tu madre, bájate cabrón, que te voy a romper tu madre.

- Si, si, hombre, ya váyase.

- Ándale imbécil, bájate -Roberto no entendía palabras, quería que alguien le pagara su tiempo perdido, necesitaba un desahogo y su cerebro sólo lo encontraba en los improperios y en los golpes.

El tren, a lo lejos, parecía interminable. Roberto pensó por un segundo en subirse al coche irse por la terracería y encontrar el fin del tren, para luego regresarse por el otro lado de la terracería, pero una lucecita en su cerebro le dijo que podía perder más tiempo del que ganaría. Saberse atrapado y retrasado para su cita lo hizo (para decirlo sin remilgos) encabronarse hasta tal punto que se diría que su cerebro animal dominó a todas sus generaciones evolutivas.

- ¿Por qué no se pasó? ¡Tenía que arreglar un negocio, voy a llegar tarde! -gritaba Roberto -¡Mi cita,   mi cita! ¡¡Por favor, que pase ya!!

Providencialmente, sonó la campana que anticipaba el fin del convoy ferroviario, Roberto regresé del trance en que la impotencia lo tenía sumido, dio un puñetazo al toldo del coche plateado, miró con furia infinita al pasajero antes de subirse a su coche y embestir; el vendedor le echó el coche encima, queriendo sacarlo de la carretera; le mentó la madre varias veces, bajó el vidrio del lado del copiloto y gritó todas las groserías que había aprendido en su vida, y se fue echando lumbre y espuma por la boca.

El hombre del auto gris, un hombre maduro, ya sabía que esos bravucones tarde o temprano salían perdiendo. Había conocido muchas historias de acelerados que habían encontrado la muerte al estrellarse kilómetros más adelante del sitio en que empezaban el pleito. La adrenalina no era buena consejera del volante, y él prefería dejar que se fuera semejante bestia.

 

Milagrosamente, no hubo ninguna patrulla en todo el camino. Roberto había cometido tantas infracciones (exceso de velocidad, rebasar sin prudencia por ambos carriles y ambos acatamientos, no ponerse el cinturón de seguridad, sentido contrario) que difícilmente hubiera seguido su camino ese día. El vendedor, cegado por la ira, manejó y llegó a su cita con treinta minutos de retraso, aventó el coche en el estacionamiento, bajó muy apresurado, con papeles y cables en la mano, y mientras se anunciaba en vigilancia metía todo desordenadamente en el portafolios.

- Si, diga -la voz por el intercomunicador era metálica, fría.

El vigilante, de nombre Paulino, hombre rudo con más de veinte años de experiencia en ese oficio, lo observó atentamente. El hombre detrás de la ventanilla estaba muy nervioso, sudoroso, con el rostro desencajado.

- Busco a ... péreme, déjeme ver, esteeee, Arturo, Arturo Peña -finalmente Roberto pudo sacar una tarjeta de su bolsillo de la arruinada camisa.

- Su nombre y una identificación por favor

- Roberto Gómez, de SuperSabores WWK - lo dijo al micrófono, y deslizó por una ranura su identificación oficial.

Según el procedimiento, ninguna persona con esas características podía ingresar a la planta sin una revisión exhaustiva, pues era un sospechoso de sabotaje. De modo que Paulino le pidió por el intercomunicador que metiera el portafolios en una exclusa, para una revisión.

- Pero si sólo son papeles de venta y mi laptop, oficial

- Es el procedimiento señor -le contestó la fría voz.

Después de un par de larguísimos minutos -Einstein tenía razón- sonó un timbre y un chasquido en la puerta.

- Métase adentro de la jaula -la voz fría sonó muy imperativa.

Roberto entró a la jaula metálica, donde un guardia lo cateó con un detector de metales. El vendedor se sentía incómodo, húmedo pero sobre todo observado porque verdaderamente parecía sospechoso. "Bonita apariencia para una importante reunión", pensó para sus adentros, luego de verse reflejado en el cristal reflejante de la caseta de vigilancia.

Una vez agotado el procedimiento de inspección personal y de pertenencias, se le entregó una credencial interna de la compañía y se le pidió se registrara. Mientras eso ocurría, Paulino se comunicó con la persona y le informó de su presencia, para enterarse que había llegado tarde a la cita. El oficial comprendió entonces la prisa y el aspecto del ajeno.

- Está bien, puede pasar. Una persona lo acompañará hasta donde lo esperan- Roberto suspiró    aliviado.

Parecía que las cosas se componían.

 

Dispuso todo el equipo y las carpetas en un tiempo récord, se enjugó la frente, se perfumó la boca, se arregló la camisa, la corbata y el saco como pudo, y justo cuando terminaba de hacerlo, entró el gerente de compras:

- Hola Roberto, ¿qué tal de camino?

- Bien, Arturo, buenos días, se me complicó un poco la salida de la ciudad, yo venía con una hora de adelanto, porque iba a pasar a ver a otro cliente aquí cerca pero me habló al celular y canceló, pero luego hubo un embotellamiento a la salida de México por yo no sé qué cosa, y luego un tonto se detuvo antes de la vía del tren, tantito antes de la caseta de Toluca, cuando todavía pasábamos como diez coches. Caray, yo no sé porqué esa gente maneja, uno viene bien y se frenan a lo tonto, pueden   causar un accidente.

- Si hombre, hay cada bruto. A mi también me ha pasado y lo peor es que te tienes que enfrenar, o hasta salir de la carretera para no estrellarte.

- Bueno, pero ya estamos aquí, y tenemos todo listo ¿empezarnos o esperamos a alguien? - Roberto estaba sobreexcitado, por la perspectiva del negocio, por el retraso sufrido, por el coraje. Su mente era un torbellino, estaba visiblemente nervioso y trataba de calmarse.

- Si, fijate que Jorge del Mazo, mi director de operaciones, quiso estar presente en tu presentación y cuando pasé por su oficina todavía no llegaba. Me imagino que debe estar por arribar. Mientras, ¿quieres pasar al baño, te ofrezco un café?

- Agua, si me haces favor.

- Enseguida.

Arturo Barrios, el gerente de compras salió por el agua para su visitante. Tardó apenas un par de minutos y cuando se acercaba venía con otra persona, a juzgar por el juego de voces. Apenas se abrió la puerta, Roberto palideció, se transparentó. El otro lo vio fijamente.

Maldita mi suerte.

- Con que me iba- a romper el hocico, ¿eh? Me imagino que así trata a todos sus clientes, ¿no? Permítame un segundo -y salió sin dejar hablar a Roberto. Arturo, acompáñame -y azotó la puerta de la sala de juntas.

Jorge del Mazo era el imbécil de enfrente, en la vía.

 

Quince minutos. Veinte. Nadie se aparecía en la sala. Roberto sabía que había cometido un grave error con su coraje, se había portado como un verdadero gorila. Pero su celo profesional lo había impulsado: Quería llegar puntual a la cita, a toda costa... quizás no necesariamente -pensó- a toda costa. De repente, sonó su celular.

- Roberto Gómez al habla

- Óigame -era el director comercial de Supersabores WWK -¿qué acaba de hacer, quién se cree usted? -La voz del otro lado   gritaba como nunca

- Señor, yo ... **

- ¡Ya me lo explicaron todo! Mire que tratar a un cliente así.

- Yo no sabía que era el cliente, yo sólo trataba de llegar puntual

- No quiero oír ninguna cosa más. Deje el equipo ahí, ya pasaremos por él. Simplemente sálgase de ahí!! - a juzgar por el tono, el director comercial debía estar echando espuma por la boca.

- Señor yo...

- Perdió el negocio de su vida. Es usted increíblemente pendejo -el celular cortó la comunicación, y cuando Roberto volteó hacia la puerta, ya lo esperaba uno de los guardias de la empresa, para ponerlo de patitas en la calle.

 

Moraleja: La prisa muchas veces nos ciega, la furia se apodera de nuestras mentes, y ninguna es buena consejera de negocios.

 

 

** FINAL ALTERNATIVO

- ¡Ya me lo explicaron todo! Mire que ponerse a un cliente así.

- Yo no sabía que era el cliente, yo sólo trataba de llegar puntual

- No quiero oír ninguna cosa más. ¡Simplemente sálgase de ahí y venga de inmediato! - a juzgar por el tono, el director comercial debía estar echando espuma por la boca.

- Señor yo...

- De inmediato -el celular cortó la comunicación.

Francamente, se temía que lo despidieran. No, en realidad se sabía despedido.

El trayecto de regreso a la empresa Supersabores WWK fue largo, por ilustrarlo de alguna manera, espeso, con resabio a derrota. Al llegar a la planta, se estacionó lentamente en su lugar, tomó saco y portafolios, y fue hacia la oficina del director comercial, tres pisos más arriba. Iba pasando su vida ante sus ojos, no sabía si pensar o qué pensar, se sentía extraño en tierra propia. Salió del elevador, y se apersonó en la recepción de la dirección.

- Pase, por favor -la secretaría era extrañamente amable. ¿Sería que se compadecía?

Se abrió la oficina, y Roberto sintió que sus manos temblaban. Por un momento dudó en entrar, pero tomó aire, lo sacó de una exhalación corta por su boca, se alisó el cabello, su trató de componer la corbata (si lo ahorcaban, que fuera con elegancia), y pasó con un sudor frío recorriéndole la espalda.

- Roberto -era el director comercial, que le habló sin preámbulos ni invitarlo a sentarse-, lo que hizo usted fue muy, muy tonto. Sin embargo, toda mi experiencia me demuestra que un vendedor sin carácter no es buen vendedor. Así, como un ejecutivo sin principios debe ser echado de la empresa, un vendedor sin empuje no tiene cabida. Debemos controlar sus arranques, canalizarlos de mejor forma. Estrictamente deberíamos despedirlo, pero he decidido cambiarle toda su cartera de clientes y que desde hoy sea el coordinador de ventas, teniendo entre sus nuevas funciones hacer de nuestra fuerza comercial la mejor, la más agresiva, la que mejor resultados entregue. ¿Qué le parece?

Roberto no podía creer lo que oía. ¿No lo correrían? ¡Pero, entonces…! Por supuesto que aceptaba, sería él quien volviera locos a los competidores, quien les hiciera la vida de cuadritos porque podría encauzar toda esa fuerza interna que lo había llevado a golpear el coche de un cliente.

- Mire -el director comercial prosiguió- no es que lo alabe, pues mentarle la madre a un cliente no es para alabarlo, pero ese ímpetu suyo no podría comprarse con dinero. Tiene usted el temple de un caballo de carreras, pero un caballo obedece a su jinete y corre por la pista. Usted estuvo a punto de salirse de la pista y tirar al jinete. En fin, vamos a pilotearlo en su nuevo encargo: No se quedará sin clientes, pero serán menos y deberá vigilar la efectividad de los reclutas.

Al diablo con la úlcera, le habían trazado el camino y él llevaría a la empresa hasta el límite. 

 

Moraleja: La pasión en los negocios es como el alma de las personas.


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