Enchiladas verdes
Este pequeño cuento lo escribí hace muchos años, y se publicó por primera vez en Linkedin, en febrero del 2016, siendo del gusto del público. Espero que también sea de su agrado.
Enchiladas verdes
Mi nombre es
Paco. Tengo 17 años y ayudo a mi tío José en el restaurante que tiene. No es
por nada, pero las enchiladas que preparamos son famosas más allá de nuestro
pueblo, tanto que la gente viaja hasta aquí sólo para probarlas.
Mi tío José y
mi tía María han tenido este restaurante por más de 20 años, y siempre han
cuidado de hacer las cosas lo mejor posible. Han pasado muchos apuros, eso sí,
pero nunca han dejado de hacer las cosas como al principio, "pa' que a la
gente le guste y regrese", como dice la tía. "Así que ya saben:
Poquito más caro, pero mucho más sabroso", le completa el chambeador de mi
tío.
La
especialidad de la casa, como ya les dije, son las enchiladas verdes, de
gallina, acompañado con café de la olla. Las enchiladas valen treinta y ocho
pesos y el café ocho. Esto nos da para comer y mantener el changarro, y a la
gente le gusta porque se va contenta, y de veras nos recomienda. Y de esas
recomendaciones, llegó hace tres días un señor, quesque muy importante y se
sentó en un rincón. Desde que se estacionó en mero enfrente, se veía que tenía
dinero porque su coche, un modelo que no había visto, se veía caro, bien caro.
Luego luego lo
fui a atender, pero no me aceptó la carta.
- No me des
eso, ya me han dicho que la especialidad de aquí son las enchiladas verdes y el
café que hacen.
- Si señor -le
contesté alegre de saber que estábamos haciéndonos famosos.
Se ladeó un
poco para ver en la mesa de al lado de qué tamaño era el plato, y por encima de
sus lentes dorados, me preguntó:
- Y eso,
¿cuánto vale?
- Noventa y
ocho las enchiladas y ocho pesos el café, señor.
- ¿Noventa y
ocho pesos un plato de tortillas con chile? Se me hace caro -replicó, al tiempo
que se desabrochaba el nudo de su corbata y hacía gestos por el calor.
- Pues ese es
el precio, señor, pero tenemos otras cosas en la carta...
- No -me
interrumpió-, ¿sabes qué? me traes las enchiladas y el café, pero te voy a
pagar nada más sesenta por las enchiladas y ocho por el café.
- No, no se
puede.
- ¡Ah, como
que no!
El cliente que
estaba al lado, en el que se fijó el tamaño del plato, volteó la cabeza para
ver quién era el mandón aquel. Afortunadamente, por la hora de la tarde, eran
las únicas dos mesas ocupadas y no armó más alboroto.
- Sabes qué
niño? Llámale al dueño del negocio, dile que quiero hablar con él -me miró y
sentí que sus ojos me atravesaban, por lo que fui a llamar rápido a mi tío,
pero antes le dije lo que me había pasado. Cuando se acercó a hablar con el
desconocido, yo estaba atrás de él.
- Señor, buenas
tardes, dígame qué se le ofrece -mi tío iba medio molesto y medio a la
defensiva, porque nunca nos habían tratado así pero no acostumbraba levantarle
la voz a nadie.
- Pues se me
ofrecen unas enchiladas y un café, ya le dije al muchacho -y levantó la cabeza
señalándome.
- Así es
señor, ya me dijo mi sobrino que eso le pidió, pero ...
- Pero le voy
a pagar lo justo, no lo que usted me quiere cobrar.
- El precio
que tenemos es el justo, porque lo que hacemos lo hacemos con la mejor calidad.
- ¡No me diga!
- Si señor,
así que, si quiere el plato, se lo cobraré como a todos los clientes, o le
traigo otra cosa si no le alcanza
- Mire -lo
interrumpió el desconocido-, usted no sabe con quién está hablando. Yo soy el
licenciado Pérez, comprador general de gobierno, y sé muy bien cuánto cuestan
estas cosas. Yo he viajado por todo el mundo, y trato con gente verdaderamente
importante, no rascuaches -se estaba engallando-, soy bien influyente y le
puedo mandar cerrar su negocio mañana, si se me pega la gana, así que tráteme
mal y váyase despidiendo de sus enchiladitas, ¿eh? Me trae lo que le pido, y le
voy a pagar lo que ya le dije, y antes diga que me paré aquí, porque muchos me
han dicho que está bueno lo que vende, pero usted no se merece que yo esté
aquí.
Yo estaba pálido
del coraje y del susto, y todos los que trabajaban en el restaurante estaban
igual. Todos dejaron de hacer sus cosas, y hasta el radio apagaron. Mi tío se
había quedado helado, de una pieza. Se tardó varios segundos en contestar, que
se me hicieron bien largos.
- Entonces,
unas enchiladas y un café, ¿eh?
- Si, y
rapidito que tengo prisa.
Cuando volteó,
mi tío estaba trabado de la quijada, pero nos dijo a todos que él iba a hacer
ese plato, que era una orden especial, y que siguiéramos haciendo nuestras cosas.
El hombre aquel no le perdió la vista a mi tío, y cuando se metió a la cocina,
se engalló con el de junto.
- Usted, ¿qué
ve?
No sé cuántos
minutos se tardó mi tío, fueron muchos según yo, pero al final salió con la
charola. Él mismo se la llevó, con los cubiertos y el café, y hasta decente se
vio porque le dijo "Buen provecho".
El tipo aquel
se tardó como diez minutos, y ni se comió todo. Pagó los veintiséis pesos
exactos, dejando sus monedas en la mesa, sin propina ni gracias. Cuando se
arrancó, salió mi tío y se llevó su plato. Yo no entendía por qué lo dejó al
desgraciado aquel hacer eso, pero me aguanté de preguntarle. El que no se
contuvo fue don Fulgencio, el que estaba junto, cliente nuestro por muchos años
y que oyó todo el pleito.
- Ora si, don
Pepe, se le puso al tiro.
- Malditos
influyentes, creen que el mundo es de ellos, que lo que uno hace no vale nada,
que lo pueden pisotear sin que les llegue el desquite.
- Caray, y
usted siempre tan bien hecho.
- Ni se apure,
don Ful, como dice el comercial, "al cliente lo que pide".
- Pero ora
todos le van a pedir así.
- No todos son
tan tarugos como este.
- ¿Achis?
¿Pos ora?
- No, si lo de
ustedes está bien hecho. Cada plato tiene una pieza nueva de gallina, todo se
prepara en el instante, fresco y sabroso. Pero este méndigo que siente muy muy,
pues quiso barato y le dí barato.
- ¿Y cómo?
- Pus
fácil: Como ya es tarde y todo mundo comió, saqué de la basura los cachos de
pollo que los demás dejaron y con eso les hice sus enchiladas, y el café agarré
los restos de las demás tazas y se lo calenté un tantito. Si quería barato, le
dí barato.
Mi tío gozó la
explicación que le dio a don Fulgencio, y el otro hombre también puso cara de
risa: Se había fregado al ricachón. Hasta el coraje se me quitó, y deseé con
toda mi alma que el viejo ese regresara para hacerle la misma maldad.
- A que, don
José, es usted un viejo lobo, ¡no me vaya a dar mañana las sobras de otros,
como hizo hoy! Se me hace que mañana entro a ver como me prepara las
enchiladas, no vaya a ser que le quede costumbre.
- Qué va, don
Ful. Usted me conoce, aquí nadie se ha enfermado. Yo cobro más porque les doy
lo mejor, toda mi familia come aquí.
- Si, don
Pepe, pus si estaba bromeando. Aquí en su fonda, como dice el comercial
"lo bien hecho, vale".
- Ándele,
hasta mañana.
- Hasta
mañana.
A mí, chamaco, esa lección de negocios, nunca se me va a olvidar.
MORALEJA
La buena calidad no es cara. Simplemente vale su precio.
📍 Página del autor: https://www.amazon.com/Alain-Salom%C3%B3n-S%C3%A1nchez-T%C3%A9llez/e/B01M0KOBVV
🎥 Página de Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCaewn4WauMJHwsJ1lP4pLBg
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